Pablo Sapag. El Mundo Financiero, 14 de abril de 2018.
Aunque Estados Unidos y sus aliados salafista-occidentales ataquen Siria una, dos o tres veces, el resultado siempre será el mismo. Por un lado, la posibilidad cierta de más muertos, heridos y desplazados sirios, además de las infraestructuras dañadas por esos “bonitos, nuevos e inteligentes misiles” de Donald Trump. Por otro, efectos muy contrarios a lo que se pretende lograr porque la forma en la que se ha orquestado esta escalada retórica o real tiene efectos a varios niveles. En lo que a Siria se refiere, y si alguna credibilidad alguna vez tuvieron aquellos a los que EE UU y sus socios han definido majaderamente como “rebeldes moderados”, hoy son el blanco de las iras incluso de los sirios que alguna vez los apoyaron. Si hay algo que no soporta la inmensa mayoría de la población de un país que aún recuerda los estragos provocados por los imperios turco y francés, es la interferencia exterior en sus asuntos. Menos aún cuando la injerencia se traduce en ataques directos como los de Francia, EE UU y Reino Unido. Quienes dentro de Siria se prestaron al enésimo montaje no comprobado de ataque con armas químicas que ha sido la excusa de esta violación del derecho internacional, para los sirios son incluso más responsables que Trump y sus aliados. No solo han arrastrado a la impulsiva, incoherente e imprevisible administración estadounidense a un callejón sin otra salida que esta agresión tras una semana de retórica inflamada que cerraba cualquier otra puerta para que pudiera salvar la cara. De paso han unido en torno al Gobierno del Estado a los sirios en su rechazo a estas maniobras contrarias a la legalidad internacional, sin fundamento y totalmente extemporáneas.