Nuestros muertos no están y no estarán nunca en el lugar del cadáver.
No entrarán en ese espacio nefasto ni en “falsos positivos” criminales.
Murieron demasiado temprano asesinados y desde entonces se conjuran en el viento, flotan en los ríos, murmuran en los lagos, suben las montañas, entran en los pueblos, habitan las ciudades. Los vemos y escuchamos cómo respiran siempre atentos a la vida.
No aceptan que digan que han muerto de cúbito dorsal, ahogados lanzados desde el aire, destrozados por bombas o balas impunes, por picana, patadas, golpes, carnicerías que nunca perdonamos. Y si el asesino se atreve a exigir que los miremos como cadáver, lo hace para matarnos dos veces y desarmarnos y desarmarlos.
Quieren que me confunda. Que confunda a mis muertos vivos. Que hable de caso- de cadáver- de fantasma- de desaparecido- de forense- de problemas judiciales. Pero hablamos de justicia. El terror expande su oscuridad para conseguir la impunidad. La claridad de nuestra memoria reclama el juicio y el castigo.
Nuestros muertos están vivos y donde estén, vivirán siempre en nuestra voz rebelde y memoriosa. En nuestra conciencia.
No han muerto, han sido asesinados y no vamos a enterrarlos. Desde el río, la montaña y la costa los abrigamos en el pecho, en la sangre de los que están y vendrán a esta tierra nuestra con luz y con estrellas porque existimos para crear más vida.
La tristeza y la cólera son arcilla entre manos laboriosas que construyen otro mundo. Nada de lo digan los asesinos los librará de la ira justa y del juicio popular que les espera. Moriremos muchas veces todavía, pero siempre defendiendo la vida decimos Memoria-Verdad- Justicia hasta cumplirlas.
Cadáver son ya los asesinos: están muertos desde siempre.
Sara Rosenberg. 20 octubre 2017